Valentino Rossi disputó ayer en Valencia su última carrera de MotoGP. Es el final de una carrera extraordinaria, pero también de un capítulo increíble de la historia de este país y de este deporte. Uno no puede evitar recordarlo con alegría y orgullo.
¿Quién ejerce esta profesión no puede abstenerse de escribir hoy estas líneas. Aunque esto no sea un diario deportivo, aunque los espectros del SEO lo desaconsejen, aunque todo esto caiga -inmancurablemente- en un enorme fuego fatuo en el que razón y leyenda se confundan durante unos días. Aunque no esté claro si es reverencia o respeto, belleza o amor propio, caballerosidad o ya melancolía.
Uno escribe estas líneas como se escribe la última carta al final de un buen viaje, como se hace la última foto de recuerdo antes de volver de vacaciones, como se envía el último correo electrónico antes de cerrar el ordenador e irse a trabajar a otra parte para siempre.
Hoy en día es fácil caer en el sentimentalismo, abrir el cajón de los recuerdos y desenterrar una anécdota. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene una historia sobre Valentino Rossi. Como aquella vez en la discoteca con Cesare Cremonini, o aquella otra vez en Tavullia cuando estaba comiendo pizza con todos los chicos del pasado, o cuando casi atropella a aquel tipo en el paddock con su ciclomotor. Ninguna de estas historias es necesariamente cierta o falsa, pero tampoco importa: todo el mundo tiene una historia porque es su forma de sentirse un poco más cerca de algo que huele a leyenda.
Con el adiós de Valentino a las dos ruedas -además, con su mejor carrera del año- se cierra no sólo un capítulo, sino un trozo de la historia del automovilismo. Aparte de los números, a todas luces extraordinarios, pero que no completan la narración en torno a los 46, Rossi tuvo el gran mérito de ser el intérprete más destacado de un deporte que durante una buena veintena de años se ha reconocido e identificado con él. Nunca ningún deportista ha tenido el mismo, simétrico y perfecto grado de coincidencia que Valentino ha tenido con el motociclismo.
En resumen, aún no está claro si es Rossi quien es un icono del motociclismo, o el motociclismo quien es un icono de Rossi. Si bien es cierto que Valentino es algo más que un extraordinario intérprete del deporte de MotoGP ha cambiado mucho desde el revoltoso y jubiloso, aunque también algo desgarbado, puñado de temerarios de hace veinticinco años. En esto, ambos se han ayudado mutuamente, madurando juntos como viejos amigos que se reúnen con las rodillas desolladas en el patio y luego se ponen trajes y corbatas para ser testigos en la boda del otro.

Durante dos décadas, Vale ha sido la cara pública de un movimiento que ha trabajado paciente y hábilmente entre bastidores, renovándose con astucia y creciendo con gran capacidad de gestión. Empujada por la popularidad de los 46 y consciente de que no tenía que preocuparse de mantener el fuego del entusiasmo, que de eso ya se ocupaba el hombre de Tavullia, Dorna montó una serie deportiva internacional, muy popular, tecnológicamente avanzada y orientada al futuro. Valentino estaba allí, aguantando los flashes y domando al león hambriento de medios de comunicación, dejando en manos de Ezpeleta la expansión del campeonato, el trabajo con las emisoras, el esbozo de una estrategia digital que desde hace años han convertido a MotoGP en uno de los cinco campeonatos más populares del mundo en las redes sociales.
Ya habrá tiempo de comprender las consecuencias. Hoy no es un día para notarios ni contables. Por una vez, podemos y debemos dejar a un lado los números y pensar en lo bien que lo pasamos. Pensar en nuestra anécdota favorita de Valentino Rossi. Como aquella vez en SanSiro animando al Inter cuando el tipo le derramó una cerveza encima en el bar, o cuando dio un largo paseo en moto de Misano a Tavullia para saludar a todo el mundo, o cuando entras en el VR46 -todo espejos y luces reflejadas- y te lo encuentras sentado allí con una Yamaha campeona del mundo aparcada junto a su escritorio. También esto, verdadero o falso, importa poco.
Sin embargo, una cosa es cierta y segura: Valentino no deja un vacío, sino todo lo contrario. Como todos los grandes, tenía la capacidad de levantar corazones y dejar tras de sí un legado maravilloso. El cínico se apresura a señalar que la audiencia estimada y el valor comercial de MotoGP sin el Doctor es de menos treinta por ciento, pero se olvida de hacer las cuentas de lo mucho que el hombre ha dado tanto tangible como intangiblemente al movimiento.
Intangible, sí. Incluso quienes hoy hacen este trabajo y escriben estas líneas no pueden evitar descremar la leche de esta historia con la punta de un cuchillo y darse cuenta de que, ante todo, el legado valentiniano se mide en amor. El amor de un público por su héroe, de un país por su abanderado, de numerosas generaciones por su abanderado ganador, sonriente y simpático. Más allá de las costumbres del marketing, de los datos de audiencia, del valor medio de compromiso, Valentino es y será siempre aquel que el domingo 14 de junio de 2009 adelantó a Lorenzo en los moguls catalanes del circuito de Barcelona y ganó una carrera extraordinaria.
Pero realmente, ¿recuerdas aquellos domingos allí? ¿Te acuerdas de aquellas tardes de verano, en las pantallas de bares y bloques de pisos, después de comer, te acuerdas de lo mucho que nos reíamos? Y lo orgullosos que estábamos de aquel tipo, que ganaba al mundo, que ondeaba la tricolor y llevaba escrito en la camisa “gallina vieja hace buen caldo”. Cuando tuvimos que explicar a los alemanes de vacaciones en Romaña lo que significaba ese WLF en su mono. No, de verdad, ¿te acuerdas de aquellos domingos? ¿Te acuerdas de lo bonito que era?
El adiós de Rossi a las carreras no elimina a Valentino de la ecuación que dará forma al MotoGP de los próximos años. Mientras que la marca VR46 y el ardor de los aficionados trascenderán la presencia o ausencia en la pista, al igual que han trascendido la presencia o ausencia del resultado deportivo, del mismo modo la nueva generación de pilotos VR46 mantendrá en alto el nombre de Tavullia y el legado de un proyecto que -podemos decirlo- ha salvado el deporte, al menos a nivel italiano.
Pero hoy todavía no es momento de predicciones y pronósticos. El mañana también merece respeto y calma. Merece que mañana sea simplemente mañana, y sea lo que sea. Por hoy, una vez más, gracias Vale.